- Berenice Abbott
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Artículo original: https://aldizkaria.elhuyar.eus/istorioak/berenice-abbott-zientziaren-argazkilaria/
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Berenice Abbott, fotógrafa de la ciencia
Estaba a punto de cumplir sesenta años cuando acudió al prestigioso MIT a una entrevista de trabajo. Era una mujer experimentada y con las ideas claras. Dijo a los entrevistadores: Ustedes, los científicos, son los peores fotógrafos del mundo y necesitan los mejores fotógrafos; esa soy yo».
Era la época de la guerra fría, el año 1958. El año anterior, los soviéticos lanzaron el Sputnik, el primer satélite artificial, y los estadounidenses eran conscientes de la necesidad de fomentar la ciencia. Entre otras cosas, querían despertar el interés de los alumnos por la ciencia, y empezar a enseñar temas científicos de otra manera. Para ello, decidieron que había que crear nuevo material didáctico. Es ahí donde la fotógrafa Berenice Abbott halló la oportunidad con la que soñaba desde hace tiempo.
Abbott nació en Ohio en 1898. Tenía la intención de estudiar periodismo, pero, al final, estudió escultura en Nueva York. Para costearse los estudios, trabajó como modelo para artistas. Posó, entre otros, para Man Ray.
En 1921 se trasladó a París. Le pareció maravilloso, sobre todo porque en el ambiente se respiraba esperanza. Y allí se encontró con Man Ray, que también se había desplazado a París, como muchos otros artistas de la época. Como Ray necesitaba un ayudante, Abbott se ofreció, a lo que él respondió: «No tenía en mente una mujer». Sin embargo, la aceptó. Abbott trabajó duro y aprendió rápido. Al cabo de tres años, Ray le regaló una cámara y la animó a hacer fotos.
Comenzó a hacer retratos de artistas e intelectuales. En 1929 regresó a Nueva York y comenzó a retratar la ciudad, pues sentía esa necesidad. Le parecía la ciudad con más vida del mundo, la apasionaba y eso es lo que exigía a sus fotografías: que atrajeran con pasión y que fueran visualmente significativas. El resultado fue la obra Changing New York.
Abbott era una fotógrafa valiente, dispuesta a ir a cualquier parte. Una vez, en el barrio Bowery, un hombre le dijo lo siguiente: «Las buenas chicas no vienen a este barrio»; a lo que Abbott respondió: «Yo no soy una chica buena. Soy fotógrafa y voy a cualquier parte».
Cuando terminó de retratar Nueva York, decidió adentrarse en el mundo de la ciencia. En 1939 escribió un manifiesto titulado Fotografía y Ciencia. «Vivimos en un mundo hecho de ciencia», decía en el manifiesto. «Es necesario un intérprete sencillo entre la ciencia y los ciudadanos. Yo creo que la fotografía puede ser ese portavoz».
Abbott quería democratizar la ciencia, hacerla llegar a todos los ciudadanos, y estaba convencida de que la fotografía era un instrumento perfecto para ello. Poco a poco comenzó a hacer varias pruebas. Hizo fotos vinculadas a la agricultura, la biología, la tecnología. Asimismo, empezó a idear y patentar nuevas técnicas y herramientas fotográficas; la más destacable, la cámara supersight. Con aquella cámara logró proyectar una imagen más grande en la película, y obtuvo, de esa forma, aumentos sin grano.
En 1944 comenzó a trabajar como editora de fotografía de la revista Science Illustrated. En aquella revista publicó una de las primeras imágenes obtenidas con la cámara supersight: pompas de jabón. La fotografía mostraba la estructura de las pompas de jabón. La foto era para un artículo que explicaba el funcionamiento del jabón para lavar la ropa. Seguramente, con ese tipo de temas perseguían llegar a un público más amplio.
Al principio le resultó difícil, pero, poco a poco, fue recorriendo su camino en el mundo de la fotografía científica. Y alcanzó la cumbre cuando tuvo la oportunidad de trabajar con científicos del MIT. Allí, entre otras cosas, hizo fotografías para el libro Física. Abbott visibilizó, como nunca se había hecho hasta entonces, los conceptos abstractos de la física. Era ella quien diseñaba las fotografías, y para ello tenía que entender bien los conceptos científicos. Jugaba con la luz y la oscuridad, empleaba la luz estreboscópica y las técnicas más adecuadas.
«La idea era interpretar la ciencia de forma sensible, con una buena proporción, con balance y una buena luz para poder entenderla», explicaba ella. «Creo que la fotografía es un medio de difusión del conocimiento sobre nuestro mundo, quizás el mejor recurso que tenemos en estos tiempos. La fotografía es un método de educación para hacer llegar a la gente de todas las edades y de todo tipo la verdad sobre la vida actual».
Abbott disfrutó mucho aquella época. Le encantaba el trabajo en equipo que exigían aquellas fotos. Pero no todos fueron sus amigos. En aquel mundo de hombres, muchos no veían con buenos ojos que un artista se entrometiera en la ciencia, y menos aún si era mujer. Una vez tomadas las fotografías, Abbott ya no tenía poder de decisión sobre ellas; y, cuando en 1960 se publicó el libro, fue excluida del proyecto.
El libro fue un gran éxito. Al año siguiente de su publicación, se vendieron un millón de copias en todo el mundo; el libro se tradujo a 17 idiomas. Aquellas espectaculares e ilustrativas imágenes de Abbott fueron la clave del éxito. E, incluso más adelante, las fotografías científicas de Abbott continuarían recorriendo su camino en otros libros y en otras exposiciones.
Abbott siguió trabajando. De hecho, su trabajo era su prioridad. Se oponía al matrimonio, porque al casarse las mujeres desatendían sus intereses. «Nunca me ha preocupado envejecer —decía—. Envejecer es algo natural, propio. No entiendo por qué las mujeres viven preocupadas por ello. No entiendo por qué las presiona la sociedad. No hay nada más elegante que una mujer anciana. Ha vivido tanto... que tiene algo que los demás no tienen».
Y, de hecho, tuvo la oportunidad de ser elegante, puesto que alcanzó los 93 años. «Este siglo me apasiona tanto que me mantiene viva», dijo una vez. «Voy a seguir ahí hasta el último minuto, luchando».