- Dorothy Crowfoot
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Artículo original: https://zientzia.eus/artikuluak/dorothy-crowfoot-gizarte-arauen-gainetik-kristalog/
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Dorothy Crowfoot, más allá de las normas sociales, pionera en cristalografía
Las fotografías que le trajo Franklin le parecieron maravillosas. Eran imágenes de ADN, obtenidas mediante rayos X. Las desplegaron sobre una gran mesa de laboratorio, y Franklin le explicó que tenía tres opciones para explicar la estructura del ADN. «¡Pero, Rosalind, estas dos son imposibles!», le espetó. Franklin no comprendía el por qué, pero sabía que había que tomar en cuenta las palabras de Dorothy Crowfoot Hodgkin; difícilmente encontraría a alguien más ducha en cristalografía de las moléculas biológicas.
Dorothy Crowfoot nació en El Cairo en 1910. Sus padres eran ingleses. Sus primeros años de vida transcurrieron entre El Cairo e Inglaterra. Convencidos de que el género no debía suponer un obstáculo, los padres siempre alentaron las aficiones de sus cuatro hijas (Dorothy era la mayor). Pronto descubrirían cuáles eran las de Dorothy. Cuando empezaron a estudiar química en la escuela, durante unas prácticas, elaboraron varios cristales; Dorothy quedó fascinada, y sus padres le dejaron montar un laboratorio para que siguiera creando cristales en el desván de su casa. La madre, además, fomentó la afición de su hija. Así, le compró un par de libros de William Lawrence Bragg. Los leyeron juntas y quedaron embrujadas: ¡Los rayos X permitían ver los átomos que formaban el cristal!
Estudió química en la facultad Somerville de la Universidad de Oxford, y justo en la época en que tenía que elegir el proyecto de investigación, en la universidad instalaron un nuevo laboratorio de cristalografía de rayos X. Desde que había leído la obra de Bragg, Crowfoot no podía apartar la idea de poder ver átomos en los cristales; así, Crowfoot fue la autora del primer trabajo, en la Universidad de Oxford, sobre la estructura de los cristales, concretamente sobre sales de talio (publicado en 1931 en Nature).
Más tarde, se trasladó a Cambridge para cursar el doctorado con el prestigioso John Desmond Bernal. Bernal recibía a mujeres y hombres por igual en su laboratorio y, al enterarse de las cualidades de Crowfoot, la aceptó encantado. Juntos demostraron que la cristalografía de rayos X sirve también para conocer la estructura de las moléculas biológicas, y en 1934 fotografiaron por primera vez los cristales de una proteína, la pepsina.
Ese mismo año, Crowfoot regresó a Oxford. Y es que le ofrecieron un puesto de trabajo en la facultad de Somerville, con la posibilidad de dirigir su propio laboratorio. Poco después, se casó con Thomas Hodgkin, y pronto sería madre. Tuvo tres hijos. Cuando nació su primer hijo, una hermana le preguntó: «¿Ahora qué prefieres, a tu hijo o a Somerville?». Crowfoot, sin embrago, no entendía por qué tenía que elegir lo uno o lo otro; a pesar de casarse y ser madre, no tenía la intención de abandonar su trabajo. «¿No lo entiendes? ¡Necesito saber!»
Durante muchos, se dedicó a estudiar la estructura de los esteroles, y en 1945 esclareció la estructura de la penicilina. Aquel fue un gran descubrimiento, y a continuación vendría otro: la estructura de la vitamina B12. El poder determinar la estructura de moléculas tan complejas fue un avance muy importante para la cristalografía.
Mientras tanto, el padre de la cristalografía, William Lawrence Bragg, se dio cuenta de que el camino emprendido por Bernal y Crowfoot tenía un gran futuro, y asignó esa labor a los investigadores del laboratorio Cavendish, laboratorio que empezaba a dirigir: investigarían la cristalografía de las moléculas biológicas. En abril de 1953, Crowfoot visitó el laboratorio Cavendish para ver los primeros frutos que obtuvo el grupo de Bragg: James Watson y Francis Crick descubrieron la estructura del ADN (gracias a los datos de Rosalind Franklin).
En 1959, otros dos investigadores del grupo de Bragg, Max Perutz y John Kendrew, esclarecieron las estructuras de las proteínas hemoglobina y mioglobina. En 1962 otorgaron el Nobel de Medicina y Fisiología a Watson y Crick, y el de Física a Perutz y Kendrew. Perutz reconoció públicamente su vergüenza: «Sentí vergüenza cuando supe que el Nobel me había sido concedido antes que a Dorothy, pues sus grandes descubrimientos se basan en una habilidad fascinante y en un rigor químico absoluto, y además, precedían a los míos». Propuso que debían otorgar el Nobel a Crowfoot, y el propio Bragg también estaba de acuerdo. Se lo concedieron dos años después, en 1964.
«Una mujer británica ha ganado el Nobel. Un premio de 18,750 £ para una madre de tres hijos», anunció el Daily Telegraph. «Una ama de casa de Oxford ha ganado el Nobel», publicaba el Daily Mail; y «El premio Nobel es una abuela», apuntaba el New York Times.
Afortunadamente, sus compañeros la respetaban mucho más que los periodistas. En ese sentido, tuvo más suerte que la mayoría de las mujeres de la época, y el hecho de ser mujer no obstaculizó su carrera. Empezando por sus padres, los tutores, los jefes, su marido y sus compañeros, todos la respetaron y la ayudaron, según reconocía la propia Crowfoot.
Incluso mantuvo el apellido. Tras su matrimonio, siguió firmando sus obras con su nombre y apellido, Dorothy Crowfoot, durante 12 años. Luego le pidieron que usara el apellido de su marido, Hodgkin. A partir de entonces, utilizó el nombre Dorothy Crowfoot Hodgkin.
Tras ganar el nobel, vino uno de sus grandes descubrimientos más importantes: la estructura de la insulina. Tuvo que esperar muchos años para alcanzar ese objetivo. Comenzó a trabajar con la insulina en 1934, pero la molécula era demasiado compleja para la tecnología de la época. Sin embargo, Crowfoot no se rindió, y 35 años más tarde, en 1969, logró por fin determinar la estructura de la insulina.
«Hacía sus investigaciones cristalográficas, no para buscar el honor, sino porque eso era lo que ella quería hacer —escribió Max Perutz—. Había algo mágico en su persona. No tenía enemigos, ni siquiera entre los que habían echado por tierra sus ideas científicas o entre los que tenían opiniones políticas completamente opuestas. De la misma manera que la cámara de rayos X dejaba al descubierto la belleza intrínseca que existe bajo la áspera superficie de los objetos, así lo hacían su cordialidad y gentileza, pues hacían que se manifestara un destello de bondad en cualquier persona, incluso en los más desagradables científicos».